La diversidad geográfica de Bolivia ha permitido el desarrollo de diferentes variedades de maíz de los cuales derivan una infinidad de platos y bebidas.
El alimento ordinario y principal de los pueblos guaraníes era el maíz preparado de diferentes modos: el grano de maíz cocido entero en agua, el grano tostado, molido como mazamorra, como harina ligeramente mojada y luego disecada al fuego en un tostador de barro, la misma harina cocinada como pan grueso cocido al rescoldo, etc. Además, del maíz se hace una bebida refrescante que en el oriente se conoce como somó y en el resto del país se llama chicha.
De ser alcanzadas por la contaminación con el maíz transgénico, todas esas variedades podrían perderse, al igual que la autonomía de los campesinos y las comunidades para decidir qué, cómo y cuándo plantar. Las semillas dejarían de ser patrimonio de los pueblos, que pasarían a depender de las empresas transnacionales para su mera subsistencia.
En las regiones de Cochabamba y La Paz existen variedades propias que por ahora no están amenazadas, pero es muy probable que las semillas de intercambio y el polen vayan avanzando por los territorios. Por ejemplo: el “willkaparu”, de color café y especial para la elaboración de chicha; el “uchukilla”, de grano pequeño y apropiado para elaborar harina; el “blanco” o “palta-waltacu”, que se usa en el mote; el muy dulce “chuspillo”, de grano arrugado, con sabor agradable al ser tostado; el “pfisan-khelli”, llamado también “maíz japonés”, de grano muy blanco y que alcanza enorme tamaño; el “kulli”, utilizado en la preparación de alimentos para el desayuno, así como en la chicha; el “gris”, que es en realidad jaspeado con varias coloraciones y por lo general se tuesta.